Durante los trescientos largos años que duró en América la ocupación de la corona castellana se produjo uno de los mayores robos y genocidios de la humanidad. Historia nacional española surgida en la segunda mitad del siglo XIX uno no sólo niega aquella destrucción, sino que culpa de todos los males a la famosa Leyenda Negra contra el Imperio Español, que los ingleses, los franceses y los alemanes (es decir, que estaba fuera de la órbita castellana)

todo el mundo).

Sin embargo, no era necesario emplear tales leyendas en la matanza provocada por los conquistadores en las Américas, el grado de destrucción y expoliación de las culturas. Basta leer los textos de las autoridades civiles, religiosas y militares castellanas sobre la catástrofe causada a sus habitantes y, a cambio, sobre los obtenidos por los invasores para darse cuenta de la riqueza. En efecto, acompañaron a los soldados clérigos, jueces y gobernantes cuyo único fin era: obtener el máximo beneficio con el menor gasto posible, cualquiera que fuese el medio empleado para ello. 

Y en esa destrucción tienen algo que ver los vascos que acudieron al servicio de la corona castellana. A estos últimos se refiere a este libro: Perdido en las Antillas. Sin embargo, en aquel caos de aventureros, mercenarios, gobernadores y piratas (Francisco de Garai, Catalina de Erauso, Vicente de Ikuza o Mixel de Etxegorria, entre otros), también hubo libertadores y amotinados contra la corona, que pagaron cara con su vida aquella osadía, como Lope de Aguirre o Xabier de Mina, a quienes consideraron delincuentes en España y héroes en América. Tampoco hemos querido olvidar a la gente de América, como los rebeldes como Leftraru, Caupolican o Lemba, que se enfrentaron a los españoles por proteger sus casas, sus familias, su modo de vida y su libertad, aunque como tantas otras veces el cuco les golpeó equivocadamente.